En principio y de forma general, la vida en sociedad hace mejor al ser humano. Si viviéramos solos nos costaría mucho cubrir nuestras necesidades básicas, nuestra vida se convertiría en una lucha por sobrevivir que fomentaría en nosotros actitudes, hábitos y sentimientos más propios de una mala persona que de una buena. Para convertirnos en buenas personas y para sacar lo mejor de nosotros mismos son precisas ciertas condiciones que nos ayuden, no solo a cubrir las necesidades más básicas, sino también a sentirnos seguros, confiados, queridos. Estas condiciones solo las encontramos en la vida en sociedad, por lo que esta se hace imprescindible y necesaria para ser seres humanos mejores.
Si nos imaginamos a una persona que no viviera en sociedad- pero no me refiero a una persona aislada, a un eremita, sino a alguien que viva al margen de la sociedad y de lo que los seres humanos han inventado y construido-, seguramente nos imaginaríamos a una persona con comportamientos y forma de vida cercanos a los animales, a una persona obligada a vivir en la inmediatez de la urgencia de la necesidad, que no tiene controladas y garantizadas cosas que nos parecen tan accesibles como la comida y la bebida, el disponer de un sitio para guarecerse, el estar seguro y tranquilo, hacer planes y proyectos futuros, etc. Una persona que no vivera en sociedad se vería obligada a vivir en el puro presente, no tendría posibilidad de pensar en el futuro, ya que solo el sostén de los demás, que es lo que nos garantiza no estar el peligro continuo, nos permite vivir tranquilos en el presente y poder pensar en el futuro.
Por otra parte, esa inmediatez y esa urgencia que mandan las necesidades más básicas convierten la vida en una lucha continua por la supervivencia. Concebida así, como lucha, la vida fomenta la competitividad, la agresividad y el individualismo, no porque el ser humano sea malo o guerrero por naturaleza, sino porque se ve obligado a vivir en condiciones siempre desfavorables.
Para que la vida no se convierta en una lucha por la supervivencia ni se vea sometida al dictado de la urgencia de la necesidad es preciso vivir en sociedad. La vida con los demás nos garantiza satisfacer las necesidades biológicas, lo cual nos proporciona la seguridad y el tiempo necesarios para ocuparnos de otras cosas, de aquellas cosas que nos permiten desarrollar nuestras capacidades, nuestros talentos, nuestra vocación. Sin embargo, posiblemente no sean la seguridad y el tiempo el mayor parte que nos hace la sociedad para que nos convirtamos en seres humanos mejores. Esa misma seguridad va acompañada de afecto, de compromiso: los demás se comprometen a ayudarme y yo me comprometo con ellos. De ese compromiso nace la confianza y quizá sea la confianza en otros seres humanos lo que desarrolla en nosotros las virtudes, los sentimientos y las actitudes más propias de las buenas personas. Si yo confío en los demás y sé que existe un compromiso de no dejarnos caer, de ayudarnos unos a otros, desarrollaré una tendencia a compartir, a la generosidad, a la solidaridad, al apoyo mutuo.
Aunque he comenzado respondiendo que esto es lo que sucede generalmente en la vida en sociedad, hay que tener también en cuenta que desde luego no todas las sociedades han ofrecido si ofrecen condiciones como las que he descrito. Hay sociedades que fomentan la competitividad y la no cooperación, la desconfianza y el recelo frente a la confianza, el egoísmo frente a la generosidad, el individualismo frente al apoyo mutuo. Hay sociedades que hacen que la vida sea más dura y difícil de lo que podría ser porque no fomentan los lazos de unión entre las personas.
Sin embargo, y a pesar de tener en cuenta que existen sociedades de este tipo, creo que incluso aquellas sociedades que ofrecen condiciones peores a los seres humanos para su desarrollo lo mejora, aunque se queden a medio camino y no lo mejoren todo lo que podrían. Es la vida al margen de la sociedad, es decir, al margen de los demás, lo que hace peor al ser humano.